PREGONES

2024

HOY A LOS PIES DEL ESPIRITU SANTO,

EN ESTA CIUDAD DE VERA, ENTRE MAR Y SOL RADIANTE,

ESTE MI HUMILDE PREGÓN A SUS SANTOS ENCOMIENDO,

CON LA FE Y LA DEVOCION DE UN PUEBLO VIBRANTE.

 

EN LA PLAZA DE LA IGLESIA, LA NUESTRA DE LA ENCARNACION,

LOS CORAZONES LATEN, QUERIDO PADRE JESUS, AL SON DEL TAMBOR.

VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS, NUESTRA ETERNA BENDICIÓN,

SOMOS, COMO SAN JUAN, CUSTODIO DE TU FERVOR.

 

Y ANTE LA VIRGEN DE LOS PERDONES, DE MIRADA SERENA,

ESTA CIUDAD SE ARRODILLA CON HUMILDAD,

A NUESTRO CAUTIVO LA DEVOCION SE ENCOMIENDA,

PUES EN SU PUREZA HALLAMOS PAZ Y BONDAD.

 

¡OH, VERA QUERIDA, ENTRE MONTAÑA Y MAR,

BENDECIDA POR SAN CLEOFÁS, ERES NOBLE CIUDAD!

CON HUMILDE DEVOCIÓN HOY ME TOCA PREGONAR.

GUÍA MIS POBRES PALABRAS PARA ASÍ PODERTE HONRAR.



Vaya por delante: quiero expresarle, desde lo más profundo de mi corazón, a la Agrupación de Hermandades y Cofradías mi enorme gratitud por la deferencia con que me trata al invitarme a pregonar la Semana Santa del año de Nuestro Señor 2024.

Reverendo Señor Cura Párroco, Representantes de la Agrupación de Cofradías y Hermandades, Comunidad de Religiosas, Comunidad Cristiana. Excma. Corporación Municipal y Autoridades Municipales, buenas noches.

En este deber que me encomendáis, asumo con responsabilidad compartir la palabra con vosotros, como peregrino de la Fe y seguidor del mensaje de JESÚS.

Permitidme reconocer la nobleza de espíritu que caracteriza a nuestra Parroquia, cuyo compromiso con la tradición y la Fe iluminan nuestros corazones y nos reúne un año más, tras grandes oradores para exaltar La Semana Grande de los Cristianos, tiempo que nos invita no solo a la reflexión y el recogimiento, sino también a la acción y compromiso social.

Que la Semana Santa sea un período de renovación espiritual donde nuestras almas se eleven como incienso fragante, ofrecidas en un altar de amor y fraternidad, y que la luz de la Fe que nos une resplandezca con mayor fulgor en estos días sagrados, cargados de tradición y fervor, pero también de justicia y solidaridad.

Que esta invitación cuyo honor agradezco con toda humildad, sea un testimonio vivo de nuestra unidad en la Fe y en el compromiso compartido de seguir los pasos de Nuestro Padre Jesús, y que el eco de este pregón resuene en nuestros corazones, recordándonos que somos salvados, no desde fuera, sino desde dentro, desde el corazón, por la comprensión y la benevolencia del Padre. Y es que la historia que vamos a vivir intensamente estos días es verdaderamente de auténtica salvación.

Cuando hace días me llamaba nuestro querido párroco, D. Jesús, para comunicarme la decisión de pregonar el capítulo más importante de la Historia del Cristianismo, consideraba que no merecía tal reconocimiento, a la vez que me ilusionaba la posibilidad de poder, una vez más, hoy con voz, pregonar la suerte que tengo de ser veratense.

Todos me conocéis y sabéis  que, desde mi infancia, corre por mis venas un amor a Vera y a sus tradiciones que he heredado de mis Padres, igual que la Fe que me transmitieron e inculcaron y que he intentado manifestar siempre en todos los ámbitos de mi vida.

Pregonar la Semana Santa es una gran tarea, hermosa tarea, que acojo con gusto y para lo que espero estar a la altura, ya que cuento con un aforo con el que me siento identificado como miembro de la Comunidad Cristiana.

Subir aquí esta noche no solo es un acto que me honra y que agradezco enormemente, sino que me hace responsable de proclamar ante todo una historia inolvidable tan antigua como actual: La Semana Santa.

Habrá quien piense que para alguien que ha estado varios años en la vida pública es tarea fácil estar de nuevo en una tribuna, pero, al escribir este pregón, comprendí que en estos menesteres de la Fe solo puede ser el corazón quien ha de mandar para que aflore lo más íntimo de las fibras sensibles de un cristiano.

Y en este punto es cuando uno se cuestiona si es el ejemplo de cristiano más fervoroso. Lo que  me lleva a pensar lo mismo no soy digno, Señor, de pregonar y relatar tus Misterios, pero como he vivido, desde el seno materno, una imagen de Iglesia que se ofrece, que se da generosamente a todos, empezando por los más necesitados, es ahí, con el Cristo, que se entrega, El que se acuerda del último de sus hijos,  con quien siempre me he identificado, porque siempre me he sentido comprometido con los demás, priorizando a los más desfavorecidos.

En esta semana en que esperamos escuchar la proclamación de la PASIÓN, MUERTE y RESURRECIÓN del SEÑOR, yo no quisiera olvidarme de otro gran misterio: el de la Encarnación, pues ahí, Dios se ha hecho carne y sangre humana, pequeño, necesitado, menesteroso. Se ha hecho HOMBRE.

 

***************************************************

 

Desde el fresco lienzo del cielo, un día el Ángel mensajero de Dios descendió, con alas de luz, portando la Buena Nueva que estremeció a la humanidad para siempre. Fue así como María, la más humilde de las mujeres acepto ser la protagonista de la historia.

Aquí comienza la sinfonía celestial cuando resuena en los arcos sagrados de este esbelto templo, ese nombre que entusiasma y aviva los sentidos de los hijos de Vera, Virgen de las Angustias, como una melodía que trasciende los límites del tiempo y nos mantiene unidos como una gran familia.

Ella será esta noche en quien me encomiende, para que sea su ejemplo, y no mis palabras el que nos lleve a su Hijo.

  • Nuestros mayores, nuestros padres, nos enseñaron  a amarte, querida Madre, con corazón sincero, y así en todas las circunstancias de nuestra vida acudimos a tu maternal protección.

 

  • Con reverencia y devoción te hablamos, Virgen de las Angustias, Madre compasiva y refugio en los momentos de desolación y pesadumbre.
  • En tu imagen Madre vemos reflejada la ternura divina y la fortaleza serena que nos guía a través de los tiempos difíciles.

 

  • Virgen de las Angustias, estrella luminosa en la noche oscura de nuestras preocupaciones, recurrimos a ti con corazones humildes y cargados de pesares. Es por ello que en tus manos depositamos nuestras inquietudes.

 

  • En los momentos de angustia y desesperación buscamos tu consuelo y alivio de Madre piadosa. Tú que conoces el peso de la aflicción comprendes nuestras lágrimas silenciosas y nuestras súplicas no expresadas.

 

  • Bajo tu manto protector encontramos aliento y esperanza. Te pedimos, como hijos, que nos mires con ternura  y nos envuelvas en tu misericordia, Madre de Amor.

 

  • A ti, Virgen de las Angustias, abogada fiel de todos aquellos que sufren en nuestro pueblo, danos fuerza y acompáñanos en nuestros días de prueba.

 

  • En tus ojos vemos la compasión infinita y en tu corazón encontramos el refugio seguro. 

 

  • Que tu amor Maternal nos envuelva siempre como comunidad unida y la gran familia de los hijos de Dios que somos, y así, en medio de tantas angustias y alegrías, experimentemos la consoladora presencia de tu Hijo.

 

  • En tus manos  me encomiendo para que seas nuestra guía  en la tempestad, la luz en la oscuridad y la estrella que nos señala el camino hacia la Paz.

 

Virgen de las Angustias, eres:

luz para los ojos

razón para la mente

amor para el corazón.

 

Por estas razones a Ti dedico mi pregón a la vez que a Ginés, mi abuelo; Beatriz, mi madre; Elisabet, mi mujer todos fieles devotos tuyos. Y con recuerdo especial, a mi padre; mis hijos y mis nietos.




Nuestra Semana Santa nos mantiene viva la llama de nuestra cultura, de nuestras tradiciones basadas en la Fe y nos trae recuerdos de nuestra más tierna infancia.

Es esta Semana Sagrada la que nos permite conmemorar  la Subida de Jesús hacia Él Calvario, cuando este pueblo unido le acompaña en su continuo y peregrino caminar.

Con este paso como con todos los demás el fervor popular aflora porque con ellos vislumbramos la narrativa de la pasión, muerte y resurrección que da sentido a nuestras vidas.

Que la Semana Santa sirva para que nuestras Cofradías y Hermandades, que tanto hacen por mantener viva la llama de nuestra fe y nuestras tradiciones, sean también faros de fraternidad y ejemplo de compromiso social. Que en su labor cotidiana, además de cuidar el patrimonio cultural que custodian, se conviertan en agentes de cambio, promoviendo acciones concretas en favor de los más necesitados.

Que esta Semana Santa la luz de las velas que portamos sea de esperanza para quienes vivan en la oscuridad del abandono y la desesperanza. Que el aroma del incienso cure las heridas de un mundo herido por la indiferencia y el egoísmo. Que el silencio de nuestras procesiones sea un grito silencioso, contra la injusticia y una llamada en favor de aquellos que en nuestra sociedad se ven privados de voz y de dignidad.

Hago una llamada especial a los jóvenes, herederos de esta rica tradición y esperanza de nuestro futuro, a que se sumen con entusiasmo a la tarea de construir un mundo más justo y sostenible. Que la Semana Santa les inspire a ser protagonistas del cambio, a luchar por sus ideales y a ser constructores de un futuro en el que la solidaridad, la justicia y la paz sean una realidad.

Permitidme adentrarme en nuestra Gran Semana que abre sus puertas rebosantes de Fe para celebrar el Domingo de Ramos, un día que marca la entrada triunfal de Nuestro Señor en Jerusalén.

Este día sagrado está impregnado de signos y gestos llenos de simbolismo, recordándonos la humildad, el triunfo y el camino que nos llevará a la cruz redentora.

Con humildad, tenacidad y constancia es el Grupo San Cleofás,  quien, desde bien temprano, nos invita y convoca como apóstoles a participar de la liturgia del domingo, y es ahí cuando nuestros corazones se ensanchan al ver a los niños de corta edad, jóvenes, adultos y mayores entrar en nuestra Iglesia portando ramos y palmas.

Nuestras palmas son el símbolo de la victoria y el triunfo que representan la esperanza renovadora que nos trae el Salvador. Es la victoria de la esperanza sobre los desencantos humanos.

En nuestras manos los ramos se convierten en ofrendas de gratitud y expresiones de nuestra confianza en la redención que se aproxima.

No podemos olvidar que Jesús, en su entrada a Jerusalén, elige un asno como montura. Este no es solo un medio de transporte, sino un poderoso símbolo de humildad y paz. En contraste con un caballo que era utilizado para la guerra, el asno refleja la mansedumbre y la venida de un Rey que trae paz a los corazones. Es la victoria de la paz sobre las violencias humanas y la victoria de la humildad sobre las grandezas humanas.

La alegría de este día la pondrán nuestros pequeños que, vestidos de hebreos acompañan a Jesús por las calles al grito unísono de hosanna, que resuena en el aire como una aclamación de alabanza y exaltación.

Que este año, al portar nuestros ramos, al reconocer al Rey humilde, al extender nuestras vestiduras y al proclamar hosanna, podamos experimentar la profundidad de este día.

Que estos gestos sean expresiones vivas de nuestra fe y devoción, preparándonos para seguir a Cristo a lo largo de los días que nos conducen a la cruz y la salvación.



Con la austeridad del Viacrucis Parroquial del Lunes Santo nos sumergimos en la meditación y contemplación de los momentos dolorosos de la Pasión de Cristo. Este es un camino de oración que nos lleva a recorrer las estaciones del Viacrucis siguiendo los pasos del Salvador desde su condena hasta la cruz. En la penumbra del Lunes Santo nos congregamos como Parroquia para emprender el camino del Viacrucis, una peregrinación espiritual que nos conecta con la profundidad del amor divino. A medida que avanzamos cargamos con nuestras propias cruces, conscientes de que en la contemplación del sufrimiento de Cristo encontramos consuelo y esperanza.



Tarde radiante del Martes Santo: la Hermandad Infantil y Juvenil de la Virgen de los Perdones se manifiesta con una procesión que, llena de color y fervor está  tejida con hilos de devoción y esperanza.

Los que me conocéis sabéis que siempre ha sido, para un servidor, una continua apuesta luchar por esta joven pero gran Hermandad de la que me enorgullece ser uno de sus Padrinos.

La Hermandad se congrega con entusiasmo contagioso: sus pequeñas y jóvenes manos llevan con honor estandartes, flores y signos de pasión, mientras los corazones laten al ritmo de una fe viva. Hoy los vecinos somos testigos de la vitalidad de nuestra Hermandad donde la juventud se erige como columna de esperanza.

Los niños con sus sonrisas resplandecientes; los jóvenes, con energía ferviente forman un cortejo pleno de alegría y devoción.

Cada paso, cada gesto, es una expresión de amor a Nuestra Virgen de los Perdones, la Virgen de la Soledad y Jesús de la Esperanza.

Quiero dirigir especialmente mis palabras de aliento a  niños, jóvenes y a sus familias e invitándolos a vivir este martes con corazones llenos de alegría:

  • Niños y jóvenes de la Hermandad, vosotros sois la llama viva de nuestra fe, el mañana de nuestra Parroquia, la promesa de un futuro lleno de amor y compromiso.

 

  • En este Martes Santo recordad que vuestra participación es una expresión viva de nuestra conexión con la Madre y la tradición que nos une como una familia espiritual.

 

  • Que cada paso que deis sea un paso firme en la senda de la devoción y la compasión.

 

  • Vivid, pues, el Martes Santo con corazones alegres y que el ejemplo de los niños y jóvenes nos inspire a todos nosotros a mantener viva la llama de la Fe y a seguir el camino de la esperanza.



El Miércoles Santo de Vera se ha convertido en un acto magnánimo y grandioso. En este día, las calles de Vera se visten de solemnidad y admiración para dar vida a la procesión de los gitanos.

Al caer la tarde, ante los últimos rayos de sol que iluminan los ojos del Cautivo, la Hermandad de los gitanos inicia su marcha al son de los tambores que resuenan en un compás anunciando su presencia.

Bajo el manto estrellado de la noche, la figura del Cristo Moreno detrás, la   elegancia de las mujeres que portan a Nuestra Señora de la Pureza. Esta procesión cargada de fe, de arte flamenco y cantos es un testimonio de amor y devoción profundos.

Así, en cada esquina de nuestro pueblo, los artistas entonan canticos flamencos acompañados del rítmico repicar de las palmas, marcando el compás de una Fe que se transmite de generación en generación, tejiendo una red de vínculos espirituales que transciende en los tiempos.

El arte y la música como ofrenda de amor se elevan al cielo como plegarias encendidas. En esta amalgama, de expresiones el Cautivo y la Virgen de la Pureza son honrados por la riqueza cultural que caracteriza a la comunidad gitana.

Los corazones se abren en cada una de las saetas que brotan de la Fe de nuestro pueblo, y así un eco ancestral del pueblo gitano encuentra su amor en la devoción  al Cautivo  y a la Virgen de la Pureza.

La imagen de la Virgen de la Pureza, portada con gracia y solemnidad, representa el refugio del amor maternal. Su mirada serena acoge a los devotos, mientras que el canto flamenco se convierte en bálsamo que consuela los corazones atribulados.

Hermanos y Hermanas de la Hermandad de San Antón, en este Miércoles Santo celebramos la fe que nos une, la devoción que nos guía y el arte que elevamos como ofrenda.

Que cada paso que demos sea una oración de nuestra comunidad y una expresión de nuestra entrega al Cautivo y la Virgen de la Pureza.

Que el arte flamenco, el canto junto con el repicar de las palmas resplandezcan como una joya única en la corona del fervor gitano, dejando que nuestra fe se exprese en esta procesión como un acorde divino que llegue al corazón del Cautivo y de su Madre la Virgen de la Pureza.



En la solemnidad del Jueves Santo, tras haber recibido el mandato nuevo del amor, Jesús nos invita a su mesa como hizo con sus discípulos dándonos su amistad y su confianza, compartiendo el pan partido y la copa rebosante. El mismo Dios se hace esclavo para lavarnos los pies, después de esos gestos de amor todos los cristianos nos reunimos en torno a la Casa de Hermandad De San Juan, y desde allí las calles resonarán con la finura y credo que caracteriza la procesión de la Real y Venerable Hermandad de San Juan Evangelista, Santísimo Cristo de Misericordia y María Santísima de Gracia y Esperanza.

Esta Hermandad, cuyo crecimiento, trabajo y lucha anual se reflejan en la magnificencia de su procesión, nos invita a participar en un acontecimiento lleno de solemnidad con profundo fervor y devoción al Cristo de la Misericordia, Aquel que nos enseña con su perdón a perdonar.

Al caer la tarde, cuando el incienso, se funde con el azahar, Vera se ilumina con la luz de los cirios anunciando la salida solemne de la Hermandad.

Los nazarenos, que viven un silencio lleno de dignidad y profundidad, con su respeto y orden, avanzan con paso firme portando el estandarte de San Juan símbolo la unidad. Ese silencio respetuoso impregna la atmosfera, marcando el inicio de una procesión que es símbolo de crecimiento espiritual y devoción inquebrantable. La imagen de Jesús sufriente en el Huerto de los Olivos nos recuerda e invita a todos los cristianos a la oración constante y a no desalentarnos nunca en las peores circunstancias, de lo que es un ejemplo esta Hermandad, que habiendo perdido en los últimos años a varios de sus grandes columnas, avanza, con vitalidad y rejuvenecida constantemente,  en silencio por este camino de oración, entrega y sacrificio.

En el centro de la procesión el Cristo de la Misericordia se erige como el eje salvador. Su mirada compasiva, que nos transmite ternura y ánimo, parece abrazar a los devotos recordándoles el inmenso amor y misericordia que emana de su sacrificio, el entregarse por nosotros.

Cada paso del Cristo estalla como una llamada a la reflexión y al perdón guiando a todos sus hijos por el camino a la redención.

Y María de Gracia y Esperanza, madre que sufre en silencio el dolor de su hijo como cualquier otra madre, avanza con serenidad y humildad, iluminando el camino con su presencia materna. Su mirada esperanzadora parece susurrar consuelo a los corazones afligidos, recordando que incluso en las horas más oscuras, la esperanza perdura.

Este camino procesional esta marcado por la organización impecable de los nazarenos y la destreza de costaleros y portadores que, con sus pasos solemnes de silencios y oraciones y el esfuerzo conjunto, se encomiendan a los pasos sagrados.

Cada gesto refleja el compromiso y la dedicación de una Hermandad que año tras año trabaja incansablemente para llevar adelante este testimonio de fe.

En este Jueves Santo contemplamos un desfile procesional que va más allá de la elegancia externa y la organización meticulosa, pues cada detalle desde el crecimiento de la Hermandad hasta el esfuerzo de todos los Hermanos, nos habla de una devoción que trasciende lo superficial y se adentra en la profundidad del misterio de la Misericordia.

Esta manifestación ha sido un canto elocuente a la devoción y amor que el mismo San Juan inspiró al estar junto al pecho de su Señor.

Que el testimonio de San Juan perdure en nuestro corazón, guiándonos en nuestro caminar cotidiano hacia la Misericordia.



En la sagrada mañana del Viernes Santo, la Real Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno despierta a la ciudad con la luz de la devoción y la renovación.

Desde el amanecer hasta el mediodía, la Hermandad, acompañada por los hijos de Vera, desde los niños hasta los mayores, lleva a Nuestro Padre Jesús en una procesión marcada por el silencio, el recogimiento y la solemnidad.

Al alba, los primeros rayos de sol iluminan la Ermita de San Ramón, que, tras años de trabajo, resplandece como un testimonio de esfuerzo, dedicación y devoción de la Hermandad. La renovación de este sagrado espacio es un símbolo de la constancia y el fervor que la comunidad ha puesto en su tarea de preservar el lugar que acoge la esencia de su Fe.

A medida que avanza la mañana, la Hermandad se reúne para acompañar a Nuestro Padre Jesús en su ascenso al Calvario. Sus portadores reflejan en el rostro el sufrimiento de la cruz compartida. Los hombres de nuestra ciudad cumplen fielmente con la tradición. Niños cogidos a las manos de sus padres y abuelos forman el cortejo procesional. Desde los más pequeños hasta los de más avanzada edad se unen en un silencio que habla más que las palabras, en un recogimiento que refleja la solemnidad del día.

Cada paso resonando en las calles es un signo de veneración hacia el Padre.

En la cima del Calvario, junto a la Iglesia de la Encarnación, la Hermandad se detiene en compañía de la Madre de la Piedad que ofrece su ternura y su consuelo, también a  sus costaleros que comparten su sufrimiento de ese Hijo crucificado. Y el Lavatorio, gesto de amor y humildad,  es la serenidad de la fe compartida.

La Plaza Mayor se convierte en el escenario sagrado donde Nuestro Padre Jesús y la Virgen de las Angustias se encuentran en un momento de silencio profundo. El murmullo del pueblo cesa dando paso a la solemnidad del momento. Las imágenes se acercan lentamente como si el tiempo se detuviera para permitir este encuentro entre el Redentor y su Madre, entretejiendo un simbolismo profundo. El Cristo, con su mirada compasiva, y la Virgen, con su rostro marcado por la tristeza reflejan la conexión indisoluble entre el sufrimiento y la esperanza. Es el momento que la Madre encuentra a su hijo soportando el peso de la Cruz y la angustia del Calvario.

Madre e Hijo nos enseñan que incluso en medio del dolor y la oscuridad hay alivio y fe.

La Virgen en su dolor materno, encuentra consuelo al abrazar a su Hijo, y nuestro Padre Jesús  en su sacrificio redentor señala el camino hacia la esperanza eterna.

Con la misma solemnidad con la que comenzó el encuentro, asimismo finaliza.

Las imágenes se separan pero el mensaje de consuelo y esperanza permanece en nuestros corazones. Tras la homilía del sacerdote que nos invita a reflexionar sobre el camino de la cruz y el Pregón del Judío, hacen que este momento sagrado nos inspire a cargar nuestras cruces e iniciar el caminar de la vía dolorosa con la confianza de que al final del camino la esperanza resplandecerá con la luz de la Resurrección.

En esta mañana bendita contemplamos la renovación de nuestra ermita y la de nuestras almas.

La labor ardua y constante ha dado sus frutos. Con Nuestro Padre Jesús, ascendemos juntos al Calvario, para comprender el dolor humano y saber amar verdaderamente.

Que la luz renovada y la fe compartida nos guíen en este día sagrado y en nuestra jornada de  reflexión y oración.

En la solemne noche del Viernes Santo las calles de nuestro pueblo se sumen en un profundo silencio, solo interrumpido por el suave murmullo de la brisa y el tenue sonido de los pasos de la Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestra Señora la Santísima Virgen de las Angustias.

Es noche de luto y Nuestra Madre de las Angustias nos guía en un caminar de silencio llevando consigo el peso de la desolación y el dolor. La oscuridad de la noche se rompe únicamente por la luz de los faroles y la de los cirios portados por los nazarenos que la flanquean, con la sobriedad y la humildad que les caracterizan y que la acompañan en su dolorosa procesión.

El sonido apagado de los pasos hace que el silencio se llene de significado al ver a Cristo atado a la Columna: que dolor, que sufrimiento tan inhumano. Este drama sagrado nos lleva a la reflexión y al recogimiento.

María, desolada, acompaña a su Hijo en el Sepulcro, envuelto por la música de capilla suave y melancólica que acentúa el ambiente de duelo en su doloroso camino. Un séquito austero y conmovedor va tras Ella.

En esta noche de silencio y dolor, María se erige como la única que abre las puertas a la esperanza. Aunque la oscuridad parece envolverlo todo, la luz tenue de la fe inquebrantable en la Resurrección, susurra la promesa de un nuevo amanecer.

María en su dolor maternal nos enseña que la esperanza perdura incluso en los momentos más oscuros.

Que esta noche de dolor y de silencio sea también un recordatorio de la promesa de la Resurrección y la luz que emana de la esperanza del amor Redentor.



Hemos llegado a la Resurrección: la Vigilia Pascual llena de vida ya la noche del Sábado. En esta noche sagrada nuestras almas se llenan de júbilo y esperanza, pues celebramos la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Nos reunimos como comunidad de creyentes para revivir el momento más transcendental de nuestra fe, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte.

En medio de la oscuridad, el fuego nuevo ilumina nuestras mentes y corazones, recordándonos  que Cristo es la luz del mundo.

Que su Resurrección nos conceda la fortaleza para enfrentar nuestras propias tinieblas y caminar con paso firme hacia la verdad y la vida eterna.

Y en torno al Cirio Pascual símbolo de Cristo resucitado, contemplamos la belleza de la luz que brilla en medio de la noche. Que su resplandor nos guíe en nuestro camino de la fe.

En esta noche santa renovamos nuestro compromiso de seguir a Cristo, de vivir según su enseñanza, enfrentándonos como Él se enfrentó a la pobreza, la desigualdad, la discriminación, el desamparo de los refugiados y migrantes el dolor de los enfermos y olvidados… Así daremos fe de nuestro testimonio de vida cristiana.



Desde la humilde ermita de San Ramón, el Resucitado sale entre cantos de alegría acompañado por los más jóvenes de nuestra Hermandad,  al sonido del repique de campanas que anuncian la maravillosa noticia ¡Cristo ha Resucitado!

Que este día de Resurrección nos llene de renovado fervor y nos inspire a vivir como testigos de la luz y la alegría que emana del Sepulcro vacío. Que la Fe en la Resurrección de Cristo nos fortalezca en los momentos de prueba y nos impulse a compartir el amor redentor del Salvador con todos aquellos que nos rodean.

Que la Paz y la alegría del Señor Resucitado inunden nuestros corazones y nos acompañen en nuestro camino de Fe hoy y siempre.

¡Aleluya, Cristo ha Resucitado!



En esta noche solemne y emotiva quiero expresar mi profundo agradecimiento a todos los asistentes que habéis compartido este espacio sagrado, a la agrupación de hermandades y cofradías que ha hecho posible este encuentro y a la parroquia de Vera que nos ha acogido con los brazos abiertos. Vuestra presencia aquí, en este pregón es un testimonio vivo de atención y afecto para mi persona, pero, sobre todo, de fe y devoción, que es lo más importante puesto que además es lo que nos une como comunidad parroquial. 

Con esa fe y devoción vivamos esta Semana Santa sincera y emotiva. Que nuestras oraciones y reflexiones nos acerquen aún más a la Verdad, renovando nuestro espíritu y guiándonos hacía la paz.

Depositemos nuestra confianza y renovemos nuestro compromiso espiritual en la esperanza de la Resurrección.

 

¡GRACIAS!

 

FÉLIX MARIANO LÓPEZ CAPARROS

2025

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2024

HOY A LOS PIES DEL ESPIRITU SANTO,

EN ESTA CIUDAD DE VERA, ENTRE MAR Y SOL RADIANTE,

ESTE MI HUMILDE PREGÓN A SUS SANTOS ENCOMIENDO,

CON LA FE Y LA DEVOCION DE UN PUEBLO VIBRANTE.

 

EN LA PLAZA DE LA IGLESIA, LA NUESTRA DE LA ENCARNACION,

LOS CORAZONES LATEN, QUERIDO PADRE JESUS, AL SON DEL TAMBOR.

VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS, NUESTRA ETERNA BENDICIÓN,

SOMOS, COMO SAN JUAN, CUSTODIO DE TU FERVOR.

 

Y ANTE LA VIRGEN DE LOS PERDONES, DE MIRADA SERENA,

ESTA CIUDAD SE ARRODILLA CON HUMILDAD,

A NUESTRO CAUTIVO LA DEVOCION SE ENCOMIENDA,

PUES EN SU PUREZA HALLAMOS PAZ Y BONDAD.

 

¡OH, VERA QUERIDA, ENTRE MONTAÑA Y MAR,

BENDECIDA POR SAN CLEOFÁS, ERES NOBLE CIUDAD!

CON HUMILDE DEVOCIÓN HOY ME TOCA PREGONAR.

GUÍA MIS POBRES PALABRAS PARA ASÍ PODERTE HONRAR.



Vaya por delante: quiero expresarle, desde lo más profundo de mi corazón, a la Agrupación de Hermandades y Cofradías mi enorme gratitud por la deferencia con que me trata al invitarme a pregonar la Semana Santa del año de Nuestro Señor 2024.

Reverendo Señor Cura Párroco, Representantes de la Agrupación de Cofradías y Hermandades, Comunidad de Religiosas, Comunidad Cristiana. Excma. Corporación Municipal y Autoridades Municipales, buenas noches.

En este deber que me encomendáis, asumo con responsabilidad compartir la palabra con vosotros, como peregrino de la Fe y seguidor del mensaje de JESÚS.

Permitidme reconocer la nobleza de espíritu que caracteriza a nuestra Parroquia, cuyo compromiso con la tradición y la Fe iluminan nuestros corazones y nos reúne un año más, tras grandes oradores para exaltar La Semana Grande de los Cristianos, tiempo que nos invita no solo a la reflexión y el recogimiento, sino también a la acción y compromiso social.

Que la Semana Santa sea un período de renovación espiritual donde nuestras almas se eleven como incienso fragante, ofrecidas en un altar de amor y fraternidad, y que la luz de la Fe que nos une resplandezca con mayor fulgor en estos días sagrados, cargados de tradición y fervor, pero también de justicia y solidaridad.

Que esta invitación cuyo honor agradezco con toda humildad, sea un testimonio vivo de nuestra unidad en la Fe y en el compromiso compartido de seguir los pasos de Nuestro Padre Jesús, y que el eco de este pregón resuene en nuestros corazones, recordándonos que somos salvados, no desde fuera, sino desde dentro, desde el corazón, por la comprensión y la benevolencia del Padre. Y es que la historia que vamos a vivir intensamente estos días es verdaderamente de auténtica salvación.

Cuando hace días me llamaba nuestro querido párroco, D. Jesús, para comunicarme la decisión de pregonar el capítulo más importante de la Historia del Cristianismo, consideraba que no merecía tal reconocimiento, a la vez que me ilusionaba la posibilidad de poder, una vez más, hoy con voz, pregonar la suerte que tengo de ser veratense.

Todos me conocéis y sabéis  que, desde mi infancia, corre por mis venas un amor a Vera y a sus tradiciones que he heredado de mis Padres, igual que la Fe que me transmitieron e inculcaron y que he intentado manifestar siempre en todos los ámbitos de mi vida.

Pregonar la Semana Santa es una gran tarea, hermosa tarea, que acojo con gusto y para lo que espero estar a la altura, ya que cuento con un aforo con el que me siento identificado como miembro de la Comunidad Cristiana.

Subir aquí esta noche no solo es un acto que me honra y que agradezco enormemente, sino que me hace responsable de proclamar ante todo una historia inolvidable tan antigua como actual: La Semana Santa.

Habrá quien piense que para alguien que ha estado varios años en la vida pública es tarea fácil estar de nuevo en una tribuna, pero, al escribir este pregón, comprendí que en estos menesteres de la Fe solo puede ser el corazón quien ha de mandar para que aflore lo más íntimo de las fibras sensibles de un cristiano.

Y en este punto es cuando uno se cuestiona si es el ejemplo de cristiano más fervoroso. Lo que  me lleva a pensar lo mismo no soy digno, Señor, de pregonar y relatar tus Misterios, pero como he vivido, desde el seno materno, una imagen de Iglesia que se ofrece, que se da generosamente a todos, empezando por los más necesitados, es ahí, con el Cristo, que se entrega, El que se acuerda del último de sus hijos,  con quien siempre me he identificado, porque siempre me he sentido comprometido con los demás, priorizando a los más desfavorecidos.

En esta semana en que esperamos escuchar la proclamación de la PASIÓN, MUERTE y RESURRECIÓN del SEÑOR, yo no quisiera olvidarme de otro gran misterio: el de la Encarnación, pues ahí, Dios se ha hecho carne y sangre humana, pequeño, necesitado, menesteroso. Se ha hecho HOMBRE.

 

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Desde el fresco lienzo del cielo, un día el Ángel mensajero de Dios descendió, con alas de luz, portando la Buena Nueva que estremeció a la humanidad para siempre. Fue así como María, la más humilde de las mujeres acepto ser la protagonista de la historia.

Aquí comienza la sinfonía celestial cuando resuena en los arcos sagrados de este esbelto templo, ese nombre que entusiasma y aviva los sentidos de los hijos de Vera, Virgen de las Angustias, como una melodía que trasciende los límites del tiempo y nos mantiene unidos como una gran familia.

Ella será esta noche en quien me encomiende, para que sea su ejemplo, y no mis palabras el que nos lleve a su Hijo.

  • Nuestros mayores, nuestros padres, nos enseñaron  a amarte, querida Madre, con corazón sincero, y así en todas las circunstancias de nuestra vida acudimos a tu maternal protección.

 

  • Con reverencia y devoción te hablamos, Virgen de las Angustias, Madre compasiva y refugio en los momentos de desolación y pesadumbre.
  • En tu imagen Madre vemos reflejada la ternura divina y la fortaleza serena que nos guía a través de los tiempos difíciles.

 

  • Virgen de las Angustias, estrella luminosa en la noche oscura de nuestras preocupaciones, recurrimos a ti con corazones humildes y cargados de pesares. Es por ello que en tus manos depositamos nuestras inquietudes.

 

  • En los momentos de angustia y desesperación buscamos tu consuelo y alivio de Madre piadosa. Tú que conoces el peso de la aflicción comprendes nuestras lágrimas silenciosas y nuestras súplicas no expresadas.

 

  • Bajo tu manto protector encontramos aliento y esperanza. Te pedimos, como hijos, que nos mires con ternura  y nos envuelvas en tu misericordia, Madre de Amor.

 

  • A ti, Virgen de las Angustias, abogada fiel de todos aquellos que sufren en nuestro pueblo, danos fuerza y acompáñanos en nuestros días de prueba.

 

  • En tus ojos vemos la compasión infinita y en tu corazón encontramos el refugio seguro. 

 

  • Que tu amor Maternal nos envuelva siempre como comunidad unida y la gran familia de los hijos de Dios que somos, y así, en medio de tantas angustias y alegrías, experimentemos la consoladora presencia de tu Hijo.

 

  • En tus manos  me encomiendo para que seas nuestra guía  en la tempestad, la luz en la oscuridad y la estrella que nos señala el camino hacia la Paz.

 

Virgen de las Angustias, eres:

luz para los ojos

razón para la mente

amor para el corazón.

 

Por estas razones a Ti dedico mi pregón a la vez que a Ginés, mi abuelo; Beatriz, mi madre; Elisabet, mi mujer todos fieles devotos tuyos. Y con recuerdo especial, a mi padre; mis hijos y mis nietos.




Nuestra Semana Santa nos mantiene viva la llama de nuestra cultura, de nuestras tradiciones basadas en la Fe y nos trae recuerdos de nuestra más tierna infancia.

Es esta Semana Sagrada la que nos permite conmemorar  la Subida de Jesús hacia Él Calvario, cuando este pueblo unido le acompaña en su continuo y peregrino caminar.

Con este paso como con todos los demás el fervor popular aflora porque con ellos vislumbramos la narrativa de la pasión, muerte y resurrección que da sentido a nuestras vidas.

Que la Semana Santa sirva para que nuestras Cofradías y Hermandades, que tanto hacen por mantener viva la llama de nuestra fe y nuestras tradiciones, sean también faros de fraternidad y ejemplo de compromiso social. Que en su labor cotidiana, además de cuidar el patrimonio cultural que custodian, se conviertan en agentes de cambio, promoviendo acciones concretas en favor de los más necesitados.

Que esta Semana Santa la luz de las velas que portamos sea de esperanza para quienes vivan en la oscuridad del abandono y la desesperanza. Que el aroma del incienso cure las heridas de un mundo herido por la indiferencia y el egoísmo. Que el silencio de nuestras procesiones sea un grito silencioso, contra la injusticia y una llamada en favor de aquellos que en nuestra sociedad se ven privados de voz y de dignidad.

Hago una llamada especial a los jóvenes, herederos de esta rica tradición y esperanza de nuestro futuro, a que se sumen con entusiasmo a la tarea de construir un mundo más justo y sostenible. Que la Semana Santa les inspire a ser protagonistas del cambio, a luchar por sus ideales y a ser constructores de un futuro en el que la solidaridad, la justicia y la paz sean una realidad.

Permitidme adentrarme en nuestra Gran Semana que abre sus puertas rebosantes de Fe para celebrar el Domingo de Ramos, un día que marca la entrada triunfal de Nuestro Señor en Jerusalén.

Este día sagrado está impregnado de signos y gestos llenos de simbolismo, recordándonos la humildad, el triunfo y el camino que nos llevará a la cruz redentora.

Con humildad, tenacidad y constancia es el Grupo San Cleofás,  quien, desde bien temprano, nos invita y convoca como apóstoles a participar de la liturgia del domingo, y es ahí cuando nuestros corazones se ensanchan al ver a los niños de corta edad, jóvenes, adultos y mayores entrar en nuestra Iglesia portando ramos y palmas.

Nuestras palmas son el símbolo de la victoria y el triunfo que representan la esperanza renovadora que nos trae el Salvador. Es la victoria de la esperanza sobre los desencantos humanos.

En nuestras manos los ramos se convierten en ofrendas de gratitud y expresiones de nuestra confianza en la redención que se aproxima.

No podemos olvidar que Jesús, en su entrada a Jerusalén, elige un asno como montura. Este no es solo un medio de transporte, sino un poderoso símbolo de humildad y paz. En contraste con un caballo que era utilizado para la guerra, el asno refleja la mansedumbre y la venida de un Rey que trae paz a los corazones. Es la victoria de la paz sobre las violencias humanas y la victoria de la humildad sobre las grandezas humanas.

La alegría de este día la pondrán nuestros pequeños que, vestidos de hebreos acompañan a Jesús por las calles al grito unísono de hosanna, que resuena en el aire como una aclamación de alabanza y exaltación.

Que este año, al portar nuestros ramos, al reconocer al Rey humilde, al extender nuestras vestiduras y al proclamar hosanna, podamos experimentar la profundidad de este día.

Que estos gestos sean expresiones vivas de nuestra fe y devoción, preparándonos para seguir a Cristo a lo largo de los días que nos conducen a la cruz y la salvación.



Con la austeridad del Viacrucis Parroquial del Lunes Santo nos sumergimos en la meditación y contemplación de los momentos dolorosos de la Pasión de Cristo. Este es un camino de oración que nos lleva a recorrer las estaciones del Viacrucis siguiendo los pasos del Salvador desde su condena hasta la cruz. En la penumbra del Lunes Santo nos congregamos como Parroquia para emprender el camino del Viacrucis, una peregrinación espiritual que nos conecta con la profundidad del amor divino. A medida que avanzamos cargamos con nuestras propias cruces, conscientes de que en la contemplación del sufrimiento de Cristo encontramos consuelo y esperanza.



Tarde radiante del Martes Santo: la Hermandad Infantil y Juvenil de la Virgen de los Perdones se manifiesta con una procesión que, llena de color y fervor está  tejida con hilos de devoción y esperanza.

Los que me conocéis sabéis que siempre ha sido, para un servidor, una continua apuesta luchar por esta joven pero gran Hermandad de la que me enorgullece ser uno de sus Padrinos.

La Hermandad se congrega con entusiasmo contagioso: sus pequeñas y jóvenes manos llevan con honor estandartes, flores y signos de pasión, mientras los corazones laten al ritmo de una fe viva. Hoy los vecinos somos testigos de la vitalidad de nuestra Hermandad donde la juventud se erige como columna de esperanza.

Los niños con sus sonrisas resplandecientes; los jóvenes, con energía ferviente forman un cortejo pleno de alegría y devoción.

Cada paso, cada gesto, es una expresión de amor a Nuestra Virgen de los Perdones, la Virgen de la Soledad y Jesús de la Esperanza.

Quiero dirigir especialmente mis palabras de aliento a  niños, jóvenes y a sus familias e invitándolos a vivir este martes con corazones llenos de alegría:

  • Niños y jóvenes de la Hermandad, vosotros sois la llama viva de nuestra fe, el mañana de nuestra Parroquia, la promesa de un futuro lleno de amor y compromiso.

 

  • En este Martes Santo recordad que vuestra participación es una expresión viva de nuestra conexión con la Madre y la tradición que nos une como una familia espiritual.

 

  • Que cada paso que deis sea un paso firme en la senda de la devoción y la compasión.

 

  • Vivid, pues, el Martes Santo con corazones alegres y que el ejemplo de los niños y jóvenes nos inspire a todos nosotros a mantener viva la llama de la Fe y a seguir el camino de la esperanza.



El Miércoles Santo de Vera se ha convertido en un acto magnánimo y grandioso. En este día, las calles de Vera se visten de solemnidad y admiración para dar vida a la procesión de los gitanos.

Al caer la tarde, ante los últimos rayos de sol que iluminan los ojos del Cautivo, la Hermandad de los gitanos inicia su marcha al son de los tambores que resuenan en un compás anunciando su presencia.

Bajo el manto estrellado de la noche, la figura del Cristo Moreno detrás, la   elegancia de las mujeres que portan a Nuestra Señora de la Pureza. Esta procesión cargada de fe, de arte flamenco y cantos es un testimonio de amor y devoción profundos.

Así, en cada esquina de nuestro pueblo, los artistas entonan canticos flamencos acompañados del rítmico repicar de las palmas, marcando el compás de una Fe que se transmite de generación en generación, tejiendo una red de vínculos espirituales que transciende en los tiempos.

El arte y la música como ofrenda de amor se elevan al cielo como plegarias encendidas. En esta amalgama, de expresiones el Cautivo y la Virgen de la Pureza son honrados por la riqueza cultural que caracteriza a la comunidad gitana.

Los corazones se abren en cada una de las saetas que brotan de la Fe de nuestro pueblo, y así un eco ancestral del pueblo gitano encuentra su amor en la devoción  al Cautivo  y a la Virgen de la Pureza.

La imagen de la Virgen de la Pureza, portada con gracia y solemnidad, representa el refugio del amor maternal. Su mirada serena acoge a los devotos, mientras que el canto flamenco se convierte en bálsamo que consuela los corazones atribulados.

Hermanos y Hermanas de la Hermandad de San Antón, en este Miércoles Santo celebramos la fe que nos une, la devoción que nos guía y el arte que elevamos como ofrenda.

Que cada paso que demos sea una oración de nuestra comunidad y una expresión de nuestra entrega al Cautivo y la Virgen de la Pureza.

Que el arte flamenco, el canto junto con el repicar de las palmas resplandezcan como una joya única en la corona del fervor gitano, dejando que nuestra fe se exprese en esta procesión como un acorde divino que llegue al corazón del Cautivo y de su Madre la Virgen de la Pureza.



En la solemnidad del Jueves Santo, tras haber recibido el mandato nuevo del amor, Jesús nos invita a su mesa como hizo con sus discípulos dándonos su amistad y su confianza, compartiendo el pan partido y la copa rebosante. El mismo Dios se hace esclavo para lavarnos los pies, después de esos gestos de amor todos los cristianos nos reunimos en torno a la Casa de Hermandad De San Juan, y desde allí las calles resonarán con la finura y credo que caracteriza la procesión de la Real y Venerable Hermandad de San Juan Evangelista, Santísimo Cristo de Misericordia y María Santísima de Gracia y Esperanza.

Esta Hermandad, cuyo crecimiento, trabajo y lucha anual se reflejan en la magnificencia de su procesión, nos invita a participar en un acontecimiento lleno de solemnidad con profundo fervor y devoción al Cristo de la Misericordia, Aquel que nos enseña con su perdón a perdonar.

Al caer la tarde, cuando el incienso, se funde con el azahar, Vera se ilumina con la luz de los cirios anunciando la salida solemne de la Hermandad.

Los nazarenos, que viven un silencio lleno de dignidad y profundidad, con su respeto y orden, avanzan con paso firme portando el estandarte de San Juan símbolo la unidad. Ese silencio respetuoso impregna la atmosfera, marcando el inicio de una procesión que es símbolo de crecimiento espiritual y devoción inquebrantable. La imagen de Jesús sufriente en el Huerto de los Olivos nos recuerda e invita a todos los cristianos a la oración constante y a no desalentarnos nunca en las peores circunstancias, de lo que es un ejemplo esta Hermandad, que habiendo perdido en los últimos años a varios de sus grandes columnas, avanza, con vitalidad y rejuvenecida constantemente,  en silencio por este camino de oración, entrega y sacrificio.

En el centro de la procesión el Cristo de la Misericordia se erige como el eje salvador. Su mirada compasiva, que nos transmite ternura y ánimo, parece abrazar a los devotos recordándoles el inmenso amor y misericordia que emana de su sacrificio, el entregarse por nosotros.

Cada paso del Cristo estalla como una llamada a la reflexión y al perdón guiando a todos sus hijos por el camino a la redención.

Y María de Gracia y Esperanza, madre que sufre en silencio el dolor de su hijo como cualquier otra madre, avanza con serenidad y humildad, iluminando el camino con su presencia materna. Su mirada esperanzadora parece susurrar consuelo a los corazones afligidos, recordando que incluso en las horas más oscuras, la esperanza perdura.

Este camino procesional esta marcado por la organización impecable de los nazarenos y la destreza de costaleros y portadores que, con sus pasos solemnes de silencios y oraciones y el esfuerzo conjunto, se encomiendan a los pasos sagrados.

Cada gesto refleja el compromiso y la dedicación de una Hermandad que año tras año trabaja incansablemente para llevar adelante este testimonio de fe.

En este Jueves Santo contemplamos un desfile procesional que va más allá de la elegancia externa y la organización meticulosa, pues cada detalle desde el crecimiento de la Hermandad hasta el esfuerzo de todos los Hermanos, nos habla de una devoción que trasciende lo superficial y se adentra en la profundidad del misterio de la Misericordia.

Esta manifestación ha sido un canto elocuente a la devoción y amor que el mismo San Juan inspiró al estar junto al pecho de su Señor.

Que el testimonio de San Juan perdure en nuestro corazón, guiándonos en nuestro caminar cotidiano hacia la Misericordia.



En la sagrada mañana del Viernes Santo, la Real Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno despierta a la ciudad con la luz de la devoción y la renovación.

Desde el amanecer hasta el mediodía, la Hermandad, acompañada por los hijos de Vera, desde los niños hasta los mayores, lleva a Nuestro Padre Jesús en una procesión marcada por el silencio, el recogimiento y la solemnidad.

Al alba, los primeros rayos de sol iluminan la Ermita de San Ramón, que, tras años de trabajo, resplandece como un testimonio de esfuerzo, dedicación y devoción de la Hermandad. La renovación de este sagrado espacio es un símbolo de la constancia y el fervor que la comunidad ha puesto en su tarea de preservar el lugar que acoge la esencia de su Fe.

A medida que avanza la mañana, la Hermandad se reúne para acompañar a Nuestro Padre Jesús en su ascenso al Calvario. Sus portadores reflejan en el rostro el sufrimiento de la cruz compartida. Los hombres de nuestra ciudad cumplen fielmente con la tradición. Niños cogidos a las manos de sus padres y abuelos forman el cortejo procesional. Desde los más pequeños hasta los de más avanzada edad se unen en un silencio que habla más que las palabras, en un recogimiento que refleja la solemnidad del día.

Cada paso resonando en las calles es un signo de veneración hacia el Padre.

En la cima del Calvario, junto a la Iglesia de la Encarnación, la Hermandad se detiene en compañía de la Madre de la Piedad que ofrece su ternura y su consuelo, también a  sus costaleros que comparten su sufrimiento de ese Hijo crucificado. Y el Lavatorio, gesto de amor y humildad,  es la serenidad de la fe compartida.

La Plaza Mayor se convierte en el escenario sagrado donde Nuestro Padre Jesús y la Virgen de las Angustias se encuentran en un momento de silencio profundo. El murmullo del pueblo cesa dando paso a la solemnidad del momento. Las imágenes se acercan lentamente como si el tiempo se detuviera para permitir este encuentro entre el Redentor y su Madre, entretejiendo un simbolismo profundo. El Cristo, con su mirada compasiva, y la Virgen, con su rostro marcado por la tristeza reflejan la conexión indisoluble entre el sufrimiento y la esperanza. Es el momento que la Madre encuentra a su hijo soportando el peso de la Cruz y la angustia del Calvario.

Madre e Hijo nos enseñan que incluso en medio del dolor y la oscuridad hay alivio y fe.

La Virgen en su dolor materno, encuentra consuelo al abrazar a su Hijo, y nuestro Padre Jesús  en su sacrificio redentor señala el camino hacia la esperanza eterna.

Con la misma solemnidad con la que comenzó el encuentro, asimismo finaliza.

Las imágenes se separan pero el mensaje de consuelo y esperanza permanece en nuestros corazones. Tras la homilía del sacerdote que nos invita a reflexionar sobre el camino de la cruz y el Pregón del Judío, hacen que este momento sagrado nos inspire a cargar nuestras cruces e iniciar el caminar de la vía dolorosa con la confianza de que al final del camino la esperanza resplandecerá con la luz de la Resurrección.

En esta mañana bendita contemplamos la renovación de nuestra ermita y la de nuestras almas.

La labor ardua y constante ha dado sus frutos. Con Nuestro Padre Jesús, ascendemos juntos al Calvario, para comprender el dolor humano y saber amar verdaderamente.

Que la luz renovada y la fe compartida nos guíen en este día sagrado y en nuestra jornada de  reflexión y oración.

En la solemne noche del Viernes Santo las calles de nuestro pueblo se sumen en un profundo silencio, solo interrumpido por el suave murmullo de la brisa y el tenue sonido de los pasos de la Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestra Señora la Santísima Virgen de las Angustias.

Es noche de luto y Nuestra Madre de las Angustias nos guía en un caminar de silencio llevando consigo el peso de la desolación y el dolor. La oscuridad de la noche se rompe únicamente por la luz de los faroles y la de los cirios portados por los nazarenos que la flanquean, con la sobriedad y la humildad que les caracterizan y que la acompañan en su dolorosa procesión.

El sonido apagado de los pasos hace que el silencio se llene de significado al ver a Cristo atado a la Columna: que dolor, que sufrimiento tan inhumano. Este drama sagrado nos lleva a la reflexión y al recogimiento.

María, desolada, acompaña a su Hijo en el Sepulcro, envuelto por la música de capilla suave y melancólica que acentúa el ambiente de duelo en su doloroso camino. Un séquito austero y conmovedor va tras Ella.

En esta noche de silencio y dolor, María se erige como la única que abre las puertas a la esperanza. Aunque la oscuridad parece envolverlo todo, la luz tenue de la fe inquebrantable en la Resurrección, susurra la promesa de un nuevo amanecer.

María en su dolor maternal nos enseña que la esperanza perdura incluso en los momentos más oscuros.

Que esta noche de dolor y de silencio sea también un recordatorio de la promesa de la Resurrección y la luz que emana de la esperanza del amor Redentor.



Hemos llegado a la Resurrección: la Vigilia Pascual llena de vida ya la noche del Sábado. En esta noche sagrada nuestras almas se llenan de júbilo y esperanza, pues celebramos la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Nos reunimos como comunidad de creyentes para revivir el momento más transcendental de nuestra fe, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte.

En medio de la oscuridad, el fuego nuevo ilumina nuestras mentes y corazones, recordándonos  que Cristo es la luz del mundo.

Que su Resurrección nos conceda la fortaleza para enfrentar nuestras propias tinieblas y caminar con paso firme hacia la verdad y la vida eterna.

Y en torno al Cirio Pascual símbolo de Cristo resucitado, contemplamos la belleza de la luz que brilla en medio de la noche. Que su resplandor nos guíe en nuestro camino de la fe.

En esta noche santa renovamos nuestro compromiso de seguir a Cristo, de vivir según su enseñanza, enfrentándonos como Él se enfrentó a la pobreza, la desigualdad, la discriminación, el desamparo de los refugiados y migrantes el dolor de los enfermos y olvidados… Así daremos fe de nuestro testimonio de vida cristiana.



Desde la humilde ermita de San Ramón, el Resucitado sale entre cantos de alegría acompañado por los más jóvenes de nuestra Hermandad,  al sonido del repique de campanas que anuncian la maravillosa noticia ¡Cristo ha Resucitado!

Que este día de Resurrección nos llene de renovado fervor y nos inspire a vivir como testigos de la luz y la alegría que emana del Sepulcro vacío. Que la Fe en la Resurrección de Cristo nos fortalezca en los momentos de prueba y nos impulse a compartir el amor redentor del Salvador con todos aquellos que nos rodean.

Que la Paz y la alegría del Señor Resucitado inunden nuestros corazones y nos acompañen en nuestro camino de Fe hoy y siempre.

¡Aleluya, Cristo ha Resucitado!



En esta noche solemne y emotiva quiero expresar mi profundo agradecimiento a todos los asistentes que habéis compartido este espacio sagrado, a la agrupación de hermandades y cofradías que ha hecho posible este encuentro y a la parroquia de Vera que nos ha acogido con los brazos abiertos. Vuestra presencia aquí, en este pregón es un testimonio vivo de atención y afecto para mi persona, pero, sobre todo, de fe y devoción, que es lo más importante puesto que además es lo que nos une como comunidad parroquial. 

Con esa fe y devoción vivamos esta Semana Santa sincera y emotiva. Que nuestras oraciones y reflexiones nos acerquen aún más a la Verdad, renovando nuestro espíritu y guiándonos hacía la paz.

Depositemos nuestra confianza y renovemos nuestro compromiso espiritual en la esperanza de la Resurrección.

 

¡GRACIAS!

 

FÉLIX MARIANO LÓPEZ CAPARROS

2025

Me gustaría agradecer las palabras que me has dedicado Félix, es un orgullo para mí recibirlas de alguien como tú, una persona que ha estado tan involucrada en nuestra Semana Santa y en nuestro pueblo, mil gracias, de corazón.

Ilmo. Sr. Alcalde, Reverendo Sr. Cura Párroco, Presidenta de la Agrupación de Hermandades y Cofradías, Hermanos Mayores, miembros de la Corporación Municipal, familiares y amigos todos en la fe, buenas noches y gracias por acompañar a este pregonero en un día tan especial.

Es para mí un inmenso honor y una profunda emoción dirigirme a vosotros esta tarde, en este momento en el que la palabra se hace en pregón y el sentimiento se viste de oración. Agradezco, de todo corazón, a la Junta de Hermandades de Vera la confianza que han depositado en mí al concederme el privilegio de ser el pregonero de nuestra Semana Santa en este año 2025. Recibo este encargo con humildad, con respeto y, sobre todo, con el firme propósito de estar a la altura de quienes me han precedido en esta noble responsabilidad.

Quiero hacer un reconocimiento especial al párroco de Vera, don Jesús Martín, quien desde su llegada se estableció como objetivo engrandecer nuestra Cuaresma y Semana Santa. Asimismo, me gustaría agradecer a nuestro alcalde, Alfonso García, y a todos los miembros de su equipo de gobierno, el trabajo conjunto con la Parroquia y la Agrupación de Hermandades y Cofradías. Gracias por vuestro compromiso y dedicación para hacer grande nuestra Semana Santa, para mantener viva nuestra fe y nuestras tradiciones.

No puedo dejar pasar la oportunidad de agradecer a Juan Francisco Soler Rodríguez y con él a la banda municipal de Vera su participación en este acto, y el haberme dejado ser partícipe de la elección del repertorio en este día tan especial para mi. Me gustaría además darte la enhorabuena por tus 30 años a la cabeza de la banda municipal. Eres un claro ejemplo a seguir para todos los que te rodean, y así se refleja en tus tres hijos, a los que aprecio y quiero desde lo más profundo de mi corazón.

Pero si hay alguien a quien debo dedicar este pregón, es a mis padres. Porque si hoy estoy aquí, si estas palabras nacen desde lo más profundo de mi corazón, es gracias a ellos. Y, sobre todo, es gracias a Él. Desde el cielo va a estar muy orgulloso de ver las palabras que hoy salen de mi boca para pregonar la Semana Santa de Vera. Sé que esta noche, entre los rezos y el incienso, entre el sonido de los tambores y el murmullo de la devoción, mi padre estará presente, acompañándome como lo ha hecho siempre.

‘’MARCHA MI AMARGURA‘’ (Versión reducida)

Me gustaría empezar este pregón cerrando los ojos y tratando de buscar entre mis recuerdos mis inicios en la Semana Santa de Vera. Si trato de analizarlos, realmente no consigo encontrar uno solo en que la Virgen de las Angustias no haya estado presente. No hay un rincón en la casa de mi abuela Juana donde su imagen no reine con su dulzura serena, ya sea en un cuadro antiguo, en una fotografía amarillenta por el paso de los años o en un colgante de oro que cuelga del cuello como un lazo de inquebrantable fe. Fue mi abuelo, Ginés Caparrós, el que se encargó de transmitir ese profundo amor a María a todas mis tías, a mi madre y a mi tío Antonio, quien seguro también me observa orgulloso junto a mi padre hoy, y asimismo lo han hecho todos ellos con los que les sucedemos. La Virgen de las Angustias ha sido en mi familia faro y refugio, consuelo en las penas y alegría en los días luminosos.

Como la fe que se enraiza en lo más hondo del alma, aprendí que el amor a la Virgen de las Angustias no solo se hereda, sino que se vive, se siente y se transmite como una bendición que nunca se apaga. Y en ese afán de seguir llevando su luz a quienes me rodean, con el corazón lleno de orgullo, intento transmitirlo a mis sobrinos, y así también haré algún día con mis propios hijos. Que ellos, como tantos antes que nosotros, crezcan bajo su amparo, sientan su manto protector en cada instante de su vida y encuentren en Ella el consuelo y la esperanza.

Todo lo que de pequeño me transmitieron casi sin querer, vistiendome cada Viernes Santo con esa túnica azul y capa negra que mi madre nos preparaba con cariño año tras año, fue creciendo en mí de manera natural, para años más tarde terminar portando a esa imagen que como os contaba, tanto se nombra en mi casa, la Virgen de las Angustias. Y fue ahí donde realmente descubrí que la fe no es solo una tradición transmitida de generación en generación, sino un compromiso profundo que da sentido a nuestra vida. He comprendido lo que significa entregarse por completo a una devoción, lo que es llorar en silencio mientras el vaivén de las trabajaderas refleja el sufrimiento de una Madre que ofrece a su Hijo por nuestra redención.

Y esta noche, 33 años después y más comprometido que nunca, con la humildad de quien se siente pequeño ante la grandeza de nuestra Semana Santa, me dispongo a proclamar con el alma este pregón, que no es un simple discurso, sino un canto de amor a nuestra fe y a nuestra historia. Porque hablar de la Semana Santa de Vera es hablar del alma misma de nuestro pueblo. No es solo un conjunto de procesiones que desfilan por nuestras calles, no es únicamente un calendario de actos litúrgicos. La Semana Santa de Vera es la expresión viva de la fe de un pueblo que, año tras año, se entrega con devoción para revivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Es el latido profundo de generaciones enteras que han dejado en herencia este legado, para que hoy, aquí y ahora, lo sigamos engrandeciendo con nuestra presencia, con nuestro esfuerzo y con nuestro amor incondicional a nuestras sagradas imágenes. Es el esfuerzo de cada costalero que, con su sudor, eleva la fe en cada chicotá. Es la devoción de cada nazareno que camina en silencio, con la mirada baja, pero con el alma alzada al cielo. Es el son de cada corneta y el lamento de cada saeta que, desgarrando la noche, se eleva hasta el mismo trono de Dios. Es la oración del que espera en la acera, del que se santigua al paso de la imagen, del que susurra una súplica entre la multitud.

Y es que la Semana Santa de Vera no comienza con el primer repique de tambores ni con el primer cirio encendido. Comienza en el corazón de cada cofrade, en la entrega silenciosa de quienes trabajan durante todo el año para que, cuando llegue el ansiado momento, nuestras calles sean testigos de la mayor manifestación de fe que un pueblo puede ofrecer. Desde el fin de semana previo al Domingo de Ramos, cuando los traslados de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Santísima Virgen de las Angustias llenan de emoción cada rincón de Vera, hasta la gloria del Domingo de Resurrección, cuando la alegría de la victoria de Cristo sobre la muerte inunda nuestras almas, cada instante, cada acto, cada procesión es un testimonio vivo de nuestra historia.

Es entonces cuando Vera se transforma. Las piedras de nuestras calles, testigos mudos del paso del tiempo, se visten de incienso y oración. Los balcones se engalanan, las puertas de nuestras casas se abren para ver pasar al Señor y a su

Bendita Madre, y en cada esquina resuenan las notas de marchas procesionales que nos erizan la piel. Es entonces cuando el tiempo se detiene, cuando la devoción se hace lágrima, cuando el alma se arrodilla ante la grandeza de lo sagrado.

Porque lo que aquí vivimos no es solo una tradición heredada. Es una historia que se sigue escribiendo con el paso de los años. Y esa historia la escribimos todos: los que visten la túnica de su hermandad con orgullo, los que sostienen con firmeza el varal del paso, los que dedican su tiempo a preparar cada detalle, los que esperan con fe la llegada de la Semana Grande. Todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, somos los guardianes de este legado, los portadores de una llama que nunca debe apagarse.

Que este pregón sirva como homenaje a todos los que hacen posible la Semana Santa de Vera. A los que trabajan en la sombra, a los que sienten en su corazón el latir de esta celebración, a los que, con su esfuerzo y su amor, construyen cada año este monumento de fe. Porque nuestra Semana Santa no se mide en días ni en procesiones. Se mide en el latido de quienes la sienten, en las manos que la trabajan y en la entrega de todos los que con su esfuerzo forman parte de un mismo propósito: engrandecer la fe y la devoción de nuestro pueblo.

Cada Semana Santa nos deja instantes imborrables, momentos que quedan grabados en la memoria y que, año tras año, nos siguen emocionando como si fuera la primera vez. Porque lo que pasa en Vera estos días, no solo se ve; se siente. Se siente cuando un niño mira asombrado a su Virgen, cuando un anciano se santigua al paso del Señor, cuando una madre susurra una oración pidiendo protección para los suyos.

Se siente en el primer golpe de tambor que anuncia la llegada de un nuevo Domingo de Ramos. En la luz tenue que ilumina el rostro de Nuestro Padre Jesús Nazareno. En la voz desgarrada de una saeta que, rompiendo el silencio de la noche, se eleva hasta el cielo.

Se siente cuando el capataz ordena la última levantá y los costaleros, con el alma encogida, llevan su paso hasta la entrada del templo. En ese instante en que las fuerzas flaquean, pero el corazón sigue latiendo con fuerza. Se siente cuando, tras el último aliento de la procesión, nos quedamos en la soledad de la iglesia, contemplando la imagen ya recogida, y entendemos que todo el esfuerzo ha valido la pena.

Porque la Semana Santa de Vera no termina cuando se apagan los cirios ni cuando el último paso entra en el templo. No termina cuando el incienso se disipa en el aire ni cuando los tambores guardan silencio. Nuestra Semana Santa sigue viva en cada uno de nosotros. En cada cofrade que espera con ilusión un nuevo año. En cada costalero que sueña con volver a levantar a su Cristo o a su Virgen. En cada devoto que, con la mirada puesta en el cielo, sabe que todo lo que hacemos es, y siempre será, por amor a Dios y a su Bendita Madre.

Y ahora sí, las campanas resuenan en la mañana temprana, rompiendo el silencio de la ciudad. Es Domingo de Ramos, el día en que las puertas de Vera se abren para recibir al Rey de Reyes. La brisa primaveral acaricia los rostros de quienes, con palmas en sus manos y gozo en el corazón, se preparan para aclamar al Salvador. Hoy es un día de júbilo, de esperanza renovada, de fe que se hace viva en cada rincón del pueblo.

Jesús entra en la ciudad montado en una humilde borrica. No viene en un caballo altivo como los reyes de este mundo, sino con la sencillez del que ha venido a servir y no a ser servido. A su paso, el pueblo extiende mantos y ramas, tejiendo un camino de honor para Aquel que trae la salvación. “Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor”.

Familias enteras acuden a la iglesia, desde los más mayores que han vivido una vida entera bajo la sombra de la cruz, hasta los niños que, con sus palmas recién bendecidas, levantan sus manitas con inocencia y devoción. Son ellos, los más pequeños, los que con su alegría más pura nos recuerdan las palabras de Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque el Reino de Dios es de quienes son como ellos”.

‘’MARCHA AL AMPARO DE TU MANTO‘’

(Suenan suave, para poder seguir con el pregón a la vez que avanzan)

Son justo ellos, los más pequeños, los siguientes protagonistas de nuestra Semana Grande. La noche cae sobre Vera, y con ella, el verde inunda sus calles, llenándose de una calma solemne. Es Martes Santo, la noche de la juventud cofrade, la noche en la que los corazones jóvenes laten al unísono bajo el peso dulce de una devoción heredada, esa devoción que se transmite de generación en generación, como un legado sagrado.

La Virgen de la Soledad y Jesús de la Esperanza avanzan portados con delicadeza y esfuerzo por esos niños que, con su fragor e ilusión, hacen su estación de

penitencia como grandes cofrades. Sus pasos, llenos de inocencia y devoción, nos muestran el futuro de nuestra Semana Santa, porque en esos pequeños corazones late ya el amor por nuestras tradiciones y por nuestra fe, demostrando una vez más que la devoción no tiene edad.

Es aquí donde comienza el camino cofrade, en la primera chicotá de la vida, en la emoción de vestir la túnica por primera vez, en la ilusión de una promesa que se cumple año tras año, en el compromiso de seguir a la Virgen, paso a paso, hacia la salvación. Y es que quien alguna vez ha caminado junto a la Virgen de los Perdones, y creedme porque en esto tengo algo de experiencia, jamás olvidará la sensación de estar cerca de Ella, de sentirse parte de algo más grande, de sentir el paso de la tradición cofrade en cada latido de su corazón.

Sirviéndome de las palabras de mi gran amigo y compañero Diego Martínez, sin duda es la Virgen de los Perdones la gran responsable de que la Semana Santa actual no solo se mantenga sino que siga creciendo y creciendo, pues es aquí donde nace gran parte de la vocación cofrade y promesas de fe, que hoy, ya adultas, siguen cumpliendo con su misión transmitiendo ese amor por la Virgen y por nuestra Semana Santa.

Y así, entre incienso y plegarias, entre el murmullo de la multitud y el silencio respetuoso de quienes saben que la fe se construye desde la infancia, la Virgen de los Perdones avanza, llevada por los que serán el futuro de la Iglesia, el alma de nuestras hermandades y la esperanza de una fe que nunca morirá.

En la penumbra de las calles, se escucha el murmullo de la multitud, y pronto la voz quebrada de una saeta corta el aire, seguida por el eco de los tambores que marcan el compás del andar del Cristo Cautivo. Es Miércoles Santo, el Señor de mirada serena y manos atadas, avanza con la dignidad de quien acepta su destino sin quejarse, con la majestad de quien sabe que su sufrimiento traerá salvación.

Jesús ha sido arrestado. Uno de los suyos, un amigo, un discípulo, lo ha entregado con un beso. Su sentencia ya está escrita en los corazones de quienes le odian. Le humillarán, le escupirán, le golpearán sin piedad. Aún así, en su rostro no hay rabia,

solo amor. Pero esta noche como todas, Cristo no camina solo. A su lado va su Madre, la Virgen de la Pureza, con su manto aterciopelado y su mirada de ternura infinita. Una madre que sufre en silencio, que comprende mejor que nadie el destino de su hijo, que siente en su corazón el dolor de todas aquellas madres que han visto a sus hijos sufrir.

Madre e Hijo salen del Barrio para llevar a todo el pueblo de Vera el caminar majestuoso del Cristo Cautivo y la dulzura serena de la Santísima Virgen de la Pureza. Y en los balcones, esas voces desgarradas, que surgen llenas de fe, elevan su canto como una oración sincera, como un grito de amor a Cristo y a su Madre, transmitiendo la emoción, la fe y el arte de la noche más gitana de la Semana Santa veratense. Porque en Vera el Miércoles Santo no solo se contempla, sino que se vive y se siente en lo más profundo del alma.

Y se acerca el inicio del misterio más grande de nuestra fe. En la noche del Jueves Santo, Cristo nos entrega el regalo más valioso: su propio Cuerpo y su propia Sangre. Es la noche del amor infinito, del servicio humilde y de la oración más profunda. Jesús sabe que ha llegado su hora, y aún así nos ofrece lo único que le queda: a Él mismo, y así se hará presente desde ese momento en cada Eucaristía.

En el Monte de los Olivos, un hombre ora en soledad. Es Cristo, el Maestro, el que ha dado vida y esperanza a los que lo siguen. Pero en esa noche, su alma tiembla; sabe lo que ha de venir. Es la hora de la entrega, el momento donde la Misericordia se vuelve carne y se enfrenta al abismo de la Pasión.

Y así mismo pasa en las calles de Vera, donde la Oración en el Huerto avanza en la noche, con Cristo orando, rodeado por la sombra de los olivos, y con la presencia del Ángel, que es su consuelo. Y tras Él, San Juan, el discípulo amado, el joven que ha aprendido del Maestro la fuerza de la fe y la fidelidad hasta el final. Porque si esa oración es angustia y soledad, San Juan es testimonio y compañía. Él no huye, no traiciona, no se esconde. Él permanece, siendo protector y apoyo en el dolor, acompañando a María de Gracia y Esperanza, que avanza con dulzura, mirada serena y el alma desgarrada. Ella sabe bien lo que viene, pero su fe no se quiebra. Es la madre que acoge, que sostiene, que mira al futuro con la certeza de que la cruz no es el final.

Y es en esa cruz en la que la Pasión se abre paso. Tras la traición vendrá el juicio, y con él la injusticia. Pero Cristo no alza la voz. No hay reproche en sus labios ni ira en su mirada. Solo hay entrega. Solo hay amor. Solo hay Misericordia. Él es el hijo que acepta el destino, el que nos recuerda que, incluso en el sufrimiento más profundo, hay un amor infinito que nos redime.

Esta es la esencia del Jueves Santo en Vera.

Una noche de entrega y fidelidad.

Una noche de Misericordia y Esperanza.

Una noche en la que la oración se hace paso y el Evangelio se viste de rojo.

‘’ MARCHA NTRA. SRA. DE LAS ANGUSTIAS ‘’

(Suenan suave, para poder seguir con el pregón a la vez que avanzan)

El alba apenas despunta cuando las puertas de la Ermita se abren para dejar paso a una Madre que comienza su camino en busca de su Hijo, sabiendo que lo encontrará camino al suplicio. Amanece el Viernes Santo, y tras este íntimo y especial momento en el que nos encontramos con la Virgen de las Angustias, comienza el momento en que las calles de Vera viajan varios siglos en el tiempo para vivir su tradición más ancestral: La Subida de Jesús.

En un caminar silencioso, marcado por la oración, el recogimiento y la unión entre generaciones, avanzan familias enteras, en filas repletas de abuelos, padres, hijos y nietos. Filas en las que cada año aumentan las nuevas presencias y van pesando más y más las dolorosas ausencias. Pero no hay edades ni distinciones entre todos ellos. Solo la voluntad de un pueblo de acompañar en su corazón a Jesús por el peso de la Cruz.

Con su llegada a la Plaza Mayor, Jesús se encuentra con su destino: la sentencia de Poncio Pilatos. Esa sentencia que prácticamente cualquier veratense podría decir casi de memoria, pero a la que solo El Judio sabe dar buen tono, que empieza con

eso de “Esta es la justicia que manda hacer y obedecer el adelantado Poncio Pilato”, y que sigue como se que ya resuena en todas vuestras mentes.

Avanzamos en la mañana de Viernes Santo con la última enseñanza de Cristo antes de su Pasión: el servicio humilde y el amor hecho entrega. Y es que ésta es la lección más grande que nos transmite el Lavatorio: Cristo es un Dios que se hace esclavo por amor. Un Rey que se inclina ante los suyos para enseñarles que la verdadera grandeza no está en el poder, sino en el servicio. Este es el principio del camino de la Cruz, el gesto de la entrega total, del amor sin medida.

Pero es la humildad que refleja el Lavatorio la que da paso a la dureza del juicio. El pueblo clama, la sentencia está dictada: Jesús cargará con la cruz.

Y ahí está Él.

Jesús el Nazareno.

Con la cruz sobre sus hombros, con la mirada serena, con la carga del pecado del mundo sobre su espalda. Cada uno de sus pasos es un acto de amor, y cada una de sus caídas una lección de entrega. Su túnica morada es testigo del sacrificio, y con Él, el pueblo fiel en forma de penitentes con paso firme, reviven su camino al Calvario.

Y en este Calvario que no solo fue el suyo, encontramos un corazón que sufre en silencio. Un corazón de madre que sigue a su hijo en la distancia, que lo acompaña con la mirada, y que siente cada golpe como si fuera propio.

Es María, la Virgen de la Piedad.

Sus ojos reflejan el dolor contenido; el amor infinito de una madre que ve a su hijo caminar hacia la muerte, y sin embargo, su rostro no tiene reproche, solo aceptación. Ella sabe que ese sacrificio es necesario, porque en su corazón de madre ya late la certeza de la redención.

Este es el testimonio vivo de la Pasión de Cristo: el servicio, la entrega, el camino de la cruz y el amor inquebrantable de una Madre.

Esta es la mañana de Viernes Santo en Vera.

Un amanecer de amor y rendición.

Una mañana de humildad y sacrificio.

Y tras esta mañana se abre paso la noche del Viernes Santo, en la que el silencio se hace espeso y la luz cada vez es más tenue. Un silencio que no es vacío, sino sobrecogedor. Un silencio que pesa en el alma, porque todo parece haber terminado.

Las calles de Vera se visten de luto.

El eco de los tambores resuena grave, y la cera que gotea sobre el suelo parece marcar el compás de un duelo antiguo y un dolor eterno.

La Pasión de Cristo no comenzó en el Calvario. Antes de la Cruz hubo golpes, burla y humillación. El Hijo de Dios fue tratado como un malhechor. Atado a una columna, fue flagelado sin piedad. Los látigos rompieron su piel, su carne y su dignidad. Pero Él no dijo nada.

En esta noche oscura, Jesús atado a la Columna camina por Vera. Su cuerpo herido es testimonio de la injusticia, pero también de su amor inquebrantable. Cada marca en su piel es un acto de redención. Cada gota de su sangre es un grito silencioso de entrega.

Pero la noche sigue avanzando, y el desenlace es inevitable.

La cruz ha sido alzada, la muerte se ha consumado.

Ya no hay vida en el cuerpo de Cristo; un Sepulcro guarda en su interior la que fue la Luz del mundo.

Los cirios titilan, como si temieran apagarse.

La tierra parece contener el aliento.

Pero si hay un corazón verdaderamente roto en esta noche, es el de una madre. La Virgen de las Angustias parece mantener en sus ojos el dolor completo que ha padecido su hijo. Sus manos parecen mantener con ternura lo que una vez fue vida, lo que una vez fue esperanza. Su rostro es sereno, pero en su interior hay dolor. Porque ningún dolor es más grande que el de una madre que ha perdido a su hijo.

Y en esta noche de duelo, Ella no está sola, porque en su tristeza infinita, hay un pueblo que camina con Ella.

Es la noche del Santo Entierro en Vera.

Una noche de silencio y recogimiento.

Una noche de duelo y de amor.

Una noche donde el dolor de la Madre es el dolor de todos, y su esperanza, la nuestra propia.

Pero todo el dolor parece disiparse cuando tras tanta oscuridad se abre paso el resplandor del Domingo de Resurreción. El duelo ha terminado. El luto se disipa. Los balcones se abren, las calles resplandecen. Las campanas rompen el silencio de la madrugada.

¡Cristo ha resucitado!

Aleluya

No hay sombras ya en el Monte Calvario. No hay tinieblas en el sepulcro. Donde hubo muerte, ahora hay vida. Donde hubo lágrimas, ahora hay júbilo.

Jesús, el mismo que fue traicionado, flagelado y crucificado, vuelve a caminar entre su pueblo. Pero ahora no carga con una cruz, sino con la gloria de la Resurrección.

Sus manos ya no están atadas, ahora se alzan victoriosas. Su rostro ya no refleja agonía, sino luz radiante.

Y en Vera, el pueblo celebra.

Las campanas resuenan con alegría, el aire se llena de aleluyas y los pétalos caen desde los balcones, como una lluvia de gloria que anuncia al mundo la gran noticia:

¡Jesús no ha muerto! ¡Cristo vive!

Los tambores que anoche sonaban con gravedad, hoy repican con júbilo. Los pies que ayer caminaban en penitencia, hoy avanzan con gozo. Los ojos que ayer se cubrían de lágrimas, hoy brillan con la luz de la esperanza.

Porque la Resurrección no es solo el triunfo de Cristo: es el triunfo de todos nosotros. Es la prueba de que el amor es más fuerte que la muerte, de que la última palabra no la tiene el dolor, sino la vida.

El Resucitado avanza entre su pueblo. Y Vera lo proclama con cada aplauso, con cada flor lanzada al cielo, con cada campana que canta su victoria.

Ha terminado la Pasión. Ha comenzado la eternidad.

Una eternidad que siga viva en cada veratense que hoy me escucha. Porque nuestra Semana Santa no es solo una tradición, un recuerdo del pasado. Es un testimonio vivo. Es fe que camina. Es devoción que se alza en el silencio y en el júbilo. Es el pueblo que, año tras año, vuelve a decirle al mundo que la Pasión sigue viva, que Cristo sigue vivo.

Y ahora, cuando las túnicas se doblen y la cera se apague, cuando los pasos descansen y las campanas guarden silencio, no olvidemos que la Semana Santa no termina con la última procesión.

El Cristo que hemos acompañado sigue caminando a nuestro lado. La Virgen que hemos seguido sigue conteniendo nuestras penas. La misericordia, la entrega, la pasión y la resurreción, no son solo momentos en el calendario, sino un mensaje eterno que se graba en el alma, como el eco imborrable de cada marcha que resuena al compás.

Que estas palabras sean preludio del fervor que nos espera. Que este pregón sea un puente entre la emoción y la Pasión, entre el ayer y el hoy, entre la tradición y la vida. Que al paso de nuestros titulares sintamos el eco de aquellas palabras de Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», y que sepamos que, como cristianos y como veratenses, nuestra misión es mantener viva la llama de la fe para las generaciones que vendrán.

Con devoción, con pasión y con el corazón repleto de amor por nuestra Semana Santa, doy fin a este pregón. Que Dios nos bendiga y que la Stma. Virgen de las Angustias nos guíe siempre.

MUCHAS GRACIAS.

‘’MARCHA ENCARNACIÓN CORONADA’’

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